Rominadas

De como recuerdo que he vivido este viaje y de las aventuras y diverturas que en él nos aconteció

domingo, septiembre 17, 2006




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viernes, abril 21, 2006

Viaje a Madeira


Todo empezó con una ardua búsqueda de un destino isleño al que acudir en Semana Santa (corría el año 2006). Tras muchos avatares del destino, intrépidos buscadores de ofertas y visitadores de muchas agencias de viajes, decidimos optar por un viaje de rumbo.com.

El día 13 de abril del presente emprendimos nuestra aventura, cogimos un tap a Lisboa, volamos en una mañana despejada y tras bajarnos del avión y esperar para volver a subirnos a ese mismo avión en los mismo asientos, volvimos a subir como si todo fuese nuevo (la maximerienda... todo en contra de mi dieta, las caras de los y las azafatos...) para emprender rumbo (qué gracia!) hacia "a ilha de Madeira".

Serían las 11.30 hora local cuando llegamos, aterrizamos con los ojos cerrados (todos los pasajeros claro, entre un griterío de histéricos) (ja!!), tras lo cual recorrimos milagrosamente nuestro equipaje mínimo y nos acercamos a Avis para alquilar un coche. Todo ellos adornado de mis paseos en busca de un poco de práctica de mi portugués haciendo de comparadora de precios entre las diferentes compañías.

Ya por fin a las 12.15 y tras apoquinar una pasta, nos encaminamos hacia el aparcamiento (paso de usar extranjerismos si no es absolutamente necesario), en donde nos fue entregado nuestro nuevo clío, un cochazo, azul intenso apagado, matriculado en diciembre de 2005.

Jose se sentó al volante y saqué mis gafas nuevas con cristales polarizados y nos dispusimos a adentrarnos de lleno en la vida madeirense.
Nuestro hotel estaba situado en Garajau, muy cerca del aeropuerto, de Funchal (la capital) y del mar. Era el típico hotel de guiriland lleno de germanoparlantes, apenas algunos romanopalatinos como nosotros poblaban los pasillos.
Nuestra primera comida la hicimos en un delicado restaurante llamado "Vista Mar" situado a escasos 10 minutos paseando, estábamos solos, y los dueños por supuesto. Pedimos una rica ensalada, un bife de atum con millo (cuadraditos de maiz fritos, deliciosos pero muy calóricos) y unas luras grelhadas. Cerramos la comida con un rico bica e un pingado y nos despedimos encantados de dicha casa.
Como era muy temprano aún el cansancio de los días previos nos asaltó de imprevisto, decidimos darnos una pedazo siesta española. A eso de las 17.00 nos desperezamos, cogimos nuestro mapa 1:50.000. Subimos a nuestro flamante clío cuyas marchas no retenían nada de nada (se alcanzaban altas velocidades de 70 km/h en 3ª y seguí subiendo) y nos dirigimos hacia la costa occidental.
Nuestra guía de bolsillo recomendaba caminar por una ruta que se inciaba en Sao Laurenço así que allá nos fuimos, para descubrir asombrados los colores rojizos y anaranjados que se desprendían de los estratos rocosos del acantilado. Se discernía a los lejos a ilha de Porto Santo y as ilhas Desertas. El cielo estaba despejado encima de nuestras cabezas sin embargo se intuía una tormenta hacia el interior de la isla. Tras un par de horas caminando y deleitándonos con el mar, el acantilado, las aves marinas y el canto de los grillo decidimos volver para recoger el coche. Esa noche fuimos a cenar a Porto da Cruz. Nos encontramos un acogedor restaurante al lado de la playa, con la luna llena encima de nuestras cabezas y el sonido de las olas rompiendo en la costa.

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